He mencionado que el ego ofrece una identidad, un sentido del yo, no importa que el sentido del yo sea positivo o negativo, y se apropia del hacer, lo cual es una manifestación de ignorancia. El ego personaliza el hacer diciendo: «hice aquello».
Se forma una imagen mental de uno mismo calificándose como persona con ciertas características, y establece objetivos a ser cumplidos que potencian o hacen sentir importante, y después de conseguirlos uno no se siente satisfecho.
Todos los apuntadores adecuados de la vida espiritual están de acuerdo en el contenido de algunas reglas, aunque a veces las indiquen con términos diferentes. Ningún apuntador preciso pretende, por medio de esas reglas, ejercer dominio sobre la persona ni menoscabar su independencia, pues ellos son los primeros en respetar a sus discípulos.
Tienen un punto en común, la autenticidad, en el sentido de que ayudan a salir del error, de ese modo el discípulo siente agradecimiento hacia ellos. Aunque en este supermercado de lo espiritual hay muchos engaños, la responsabilidad de este apuntador se mezcla con los problemas propios del discípulo, así el maestro tendrá que ir corrigiendo los procesos y adecuando el nivel de comprensión de cada discípulo.
Insisten en que tomen atención a la mente, que se observe con especial cuidado la charla mental y detecten cómo se quedan aprisionados en las estructuras que se han fijado por la educación, la cultura y la sociedad en general.
La individualidad, por ser una expresión de la realidad, es libre en su naturaleza más íntima, mas al quedar envuelta en la manifestación su libertad se restringe, y cuanto más bajo sea el nivel de comprensión al que descienda mayor será esa restricción. El proceso de restricción progresiva comienza a reversar gradualmente con el cambio del umbral de conciencia, hasta que se recobra la libertad inherente cuando vuelve a alcanzar la plena comprensión de la realidad en la cual tiene su centro. R.Malak